Poemas de Ahmad Yamani

poemas
April 20, 2018
La flor sin fronteras
April 20, 2018


La utopía de las tumbas

 

1

Paredes sin pintar,

suelo lleno de guijarros,

huesos débiles que no se sostienen,

y mis huesos acorralados en medio.

Pienso en una pequeña manifestación

para protestar ante los ángeles que han prohibido

el calcio que nos es necesario.

Dios, en el hoyo, tiende su sombra sobre nosotros,

y nos deja retrasarnos en el sueño;

cae una mancha de luz entre sus manos,

entra un cuerpo oscuro,

se seca la mancha,

y conocemos a nuestro nuevo compañero:

con un corazón abierto

nos da cigarrillos con una generosidad creciente,

nos gusta su voz cuando susurra al principio:

¿qué diablos está pasando aquí?

 2

No hay nalgas aquí,

ni sangre,

¿cómo me imaginaré, entonces, el aspecto de una mujer?

¿cómo podré masturbarme satisfactoriamente?

Hasta las lágrimas de nuestros ojos

se han secado aquí,

sólo queda una calma asesina,

serpientes que nos torturan con su imagen,

sin que pronunciemos ni una sola letra.

La tierra es muy amplia,

pero ello no nos ayuda nada

a respirar bien.

  

3

Escupí a lo alto

y la saliva se pegó al techo de la tumba.

En los cadáveres de mis vecinos observé miradas cariñosas,

explosiones de tripas como una risotada.

Los restos de comida fabricaron muchos gusanos

que se tragaron nuestra sangre,

aunque nuestros huesos seguían siendo fuertes.

Se marchó mi amada con los dolientes,

pero, ¿qué haré con sus lágrimas?

¿Se aligerará mi odio a las habitaciones cerradas?

¿Valdrán las inyecciones de tranquilizantes

para bajar la fiebre?

Las tinieblas han descendido sobre nosotros como una gallina,

pero no seremos más que muertos

que sólo saben charlar

y orinar por la tarde.

4

Los gritos que dimos al alba

no los escuchó nadie.

Los ladridos del exterior

nos incitan a la ternura.

Reptamos para que se rocen nuestros huesos

y nos amemos más;

cada uno de nosotros habla de su negra infancia

mientras intercambiamos risas,

pues no tenemos un reloj de pared

para saber cuándo será la hora.

5

Madre mía,

te lo ruego,

cuando sepas que he entrado en mi nueva casa,

no llores,

pues quiero atesorar tus ojos para los días venideros.

Estate tranquila,

mueve la cabeza tres veces,

y envía un beso de aire.

Haré un alboroto con mis amigos aquí,

y ellos me felicitarán por mi nueva casa.

Entornaré la puerta,

a la espera de tu beso.

Y cuando tengas una nueva casa, como yo,

que esté cerca de mí, te lo ruego,

para que pueda oír tu respiración.

Respiraré casi sin dolor,

y mi muerte tendrá esa imagen final

que me he esforzado mucho en hacer.

6

En la habitación vecina,

separada sólo por una cortina de tela,

se tienden las mujeres, desnudas de sus sudarios,

y permanecen muy blancas.

Conseguimos, después de desesperados intentos,

abrir un agujero en el panel.

Nuestros huesos se alzan de pronto,

cuando vemos a la primera mujer que se desnuda

y coloca sus ropas en un rincón de la habitación.

En esa noche

intentamos romper la cortina,

pero es cada vez más fuerte,

y nos conformamos con observar los blancos huesos

que siguen estando lejos de nosotros.

7

La puerta de la habitación está abierta,

y la familia está completamente dormida en el exterior.

Hay pasos militares sobre nuestras cabezas,

destruirán nuestras casas para alzar un puente.

Lloraremos con nuestros amigos,

y colocaremos los libros debajo de las almohadas,

sonreiremos a nuestros absurdos recuerdos

y al sentimiento que se seca poco a poco.

 8

Cerraron bien el lugar

y arrojaron las llaves al estómago del sepulturero.

¿Por qué nos abandonáis en las afueras de la ciudad?

Debemos estar juntos

cuando caigan las lluvias,

para cantar debajo.

Podremos hablar sobre vehículos

que nos han llevado por largos caminos para volver vacíos.

Pero las lágrimas que se han reunido en ellos

son suficientes para remojar nuestros huesos,

y no hallamos nada para calentarnos.

Cuando uno de nosotros se deslizaba para robar una cerilla

alumbrábamos la tumba,

y la mitad de las tumbas se iluminaban en el mundo durante tres días.

Mas después vomitó el sepulturero,

y pasamos en una ordenada fila,

cantando a coro los mosquitos

que dormían en nuestros oídos,

y nuestra figura, que seducía a las adolescentes,

y nuestras repetidas masturbaciones

en un gran barril que denominan vida.

Yo

 

Muchas personas

me hablaron de mí mismo.

Fabricaron unas grandes pinzas para arrancar la escoria de mi alma,

me convirtieron en un santo, en un frívolo o en un pequeño genio.

Organizaron todo para sacarme de mi habitación,

me pusieron en un ascensor oscuro

y me hicieron subir y bajar.

Sin que yo entendiera por qué, me gustó

la humedad y la oscuridad de ese lugar.

¿Por qué no desaparecí totalmente del edificio,

para poder así sonreírme a mí mismo en el espejo del cuarto de baño,

de cualquier cuarto de baño?

El funeral

Chimo ha muerto esta mañana.

Chimo no era mi amigo,

pero ha muerto.

Hablaba como quien salda una vieja deuda a las palabras,

que estaban a punto de abandonarle.

Me pondré el abrigo negro e iré al funeral

y cuando vuelva me sonreiré a mí mismo;

hoy ha muerto Chimo,

uno de mis conocidos,

y ya no soy un forastero en este país.

El cuaderno rojo

Empujaba mi larga noche, como nuevo vigilante de una fábrica, con una serena lectura, que intentaba alargar lo más posible para que pasara mi noche. Era un libro pequeño de Paul Auster: “El cuaderno rojo”, que cuenta la realidad de azar y nunca ve la casualidad como un acto ciego. Iba de un azar a otro hasta que me encontré con éste: Paul Auster trabajaba, en su juventud, junto a su novia, como vigilante temporal de una casa rural en el sur de Francia, a cambio de comida y alojamiento. De pronto busqué un papel para anotar esto y divertirme diciéndome que trabajar como vigilante no estaba tan mal. Busqué cualquier papel y ahí, sobre el despacho del cuarto de control, quedaba aislado y único un cuaderno rojo pequeño.

Palmera macho

 

Una vuelta completa alrededor de un ser que se halla en la linde del terreno que preparan para construir; un ser creado por pura casualidad; un hueso arrojado hizo que existiera, pero no abandonará su azar y permanecerá en la casa como una vieja torre vigía.

El metal, la madera y el vidrio rodearon al ser en su absoluta soledad. En el torso se acumularon los años que podían adivinarse en cada una de las hojas que le cortaban o le recortaban. Siguen pasando los años. El ser se vuelve cada vez más oscuro. Entonces, elige la hora de su partida, se hace macho, sin frutos que caigan a sus pies, y allí le arrancan de sus raíces con la conciencia tranquila.

Era palmera, piedra y aire sin fin. De repente, se oscurece; la piedra se hizo hogar, el aire se hizo alcoba, la palmera se hizo verbo y el verbo no se hizo carne.

Las dos casas

 

Me despierto en la misma habitación para encontrar la mano que salpica el lago que se esconde debajo de la cama, para encontrar el muro grueso de mi vieja casa, con su ventana polvorienta, sustituyendo al tabique de este apartamento. Abrí la ventana y la tarde todavía estaba allí. Y mi padre se encontraba en la cocina, con la mano en el interruptor de la luz, y la pierna a la que le faltaban cinco centímetros. Lo llamé y no me respondió. Se limitó a sonreír y me invitó con un gesto de sus manos a seguir durmiendo. “El mundo es un pañuelo”, dicen aquí. Allí se dice: “El mundo es pequeño”. Por la noche, me voy a casa de mis padres, a través del boquete que hice detrás de mi nueva casa. Me quedo allí un par de horas para cuidar la caja de las medicinas, el sueño de mis padres y su desayuno. Al amanecer, me preparo y regreso al otro lado.

La gran huida

 

Me habían condenado a muerte con dos de mis amigos. La eutanasia era la causa que esgrimían, que había llevado a la muerte a un cuarto amigo nuestro. Como no entendimos bien el contenido de las declaraciones, nos dejaron libres, sin vigilancia ni celdas, y nos sentenciaron a un tipo de muerte que también denominaron “eutanasia” y que llevaría a cabo una señora de mediana edad y rostro apacible. No provoca dolor, pero es muerte de todos modos. Un poco antes de la ejecución, consulté el asunto con mi madre y mis amigos, y decidí escaparme. Todos estaban de acuerdo: yo debía partir; mientras, mis dos amigos permanecían esperando a la dama. Nada más salir, después de que me hubieran dado todo el dinero que tenían, me encontré cara a cara con la señora misericordiosa al lado de mi casa. Ninguno de los dos miró al otro. Ella me evitó y se fue. Yo la adelanté y empecé a correr, ojeando otros países por encima de mi hombro.

 

Vendedora de tabaco

 

Su mano está en la caja y mi pie, fuera de la casa. De repente, se oscurece, y ella sigue frotando el tabaco en su muslo radiante. Se detiene un momento para pasar la mitad del tabaco al otro muslo, mientras yo entro en el largo vestíbulo y empiezo a fumar.

El libro

 

¿Por qué no puede leer lo que escribo?

¿Por qué espera ella en la puerta

hasta que alguien pase

y le dé unas palabras?

Esas extrañas y misteriosas palabras.

Sin embargo, ella escucha y sonríe

como si estuviera allí conmigo

a las cinco de la mañana,

como si su mano

reubicara algunas de las palabras,

arrancándolas de los lugares equivocados,

y luego se va a dormir.

.

Pero ¿cómo es que no puede

leer lo que sus propias manos habían escrito ayer?

¿Cómo es que no puede abrir el balcón

por la mañana

recibiendo el sol

con una copia del libro en la mano izquierda,

que lee atentamente,

haciendo guiños a las vecinas,

señalando a su hijo, el creador de las palabras,

blandiendo el libro ante sus rostros

cinco veces

mientras murmura

palabras extrañas y misteriosas?

A las cinco

 

Ni cuervo ni mosca ni pájaros se posan en la ventana. En la ventana sólo se posa una flor marchita que cayó del piso de arriba, y ahí se queda toda la tarde. Yo la observo bajo una luz que hace que los ojos sangren. En la pared hay un cuadro de Klimt en el que se apaga la vida de colores alegres ante el mensajero de la muerte que mira con aire de superioridad una montaña de cuerpos palpitantes, con sus cabezas inclinadas. En realidad, todos están muertos, incluso antes de que el ángel los apuñale con su lanza. Pongo la flor entre el esqueleto del ángel y las criaturas coloridas, pero la flor resulta molesta y falla como puente. ¿No se marchitó, también? La llevo al ojo vacío del ángel y allí se siente más cómoda. Pero la flor no se creó para llenar los ojos vacíos. La flor fue creada para llenar el balcón del piso de arriba, y ahora está muerta. La verdad es que se dirigió a mí porque estaba muerta; llegó a mi ventana, donde no se posan ni cuervo ni mosca ni pájaros.

El grito

Mi hermana gritó en la noche:

¡Llevadme a casa de mi hermano!

Y allí gritó la misma noche:

¡No, no, devolvedme a casa de mi padre!

La devolvieron

y, cuando estuvo a punto de gritar de nuevo,

la noche ya había pasado

y los hombres fueron al trabajo.

.

Mi hermana gritó en la noche:

¡Llevadme a casa de mi padre!

La llevaron

y allí gritó:

¡No, no, devolvedme a casa de mi marido!

La devolvieron

y, cuando estuvo a punto de gritar de nuevo,

la noche ya había pasado

y los hombres fueron al trabajo.

.

Mi hermana hace años que no grita ya.

Simplemente, camina por la calle,

echa un vistazo a cada casa que ve

y sueña que está gritando en la noche

que se la lleven y la devuelvan,

en un recorrido sin principio ni fin.

.

Por este camino anduvo,

y vio un cadáver tirado en la cuneta

con un agujero en el pecho por el que la sangre se escapaba a borbotones.

Rápidamente,

hizo una pasta con saliva y polvo

y tapó el agujero.

El cadáver respiró

y se puso de pie en forma de esqueleto,

le dio un beso y regresó a su lugar.

.

Mi hermana gritó en la noche:

¡Llevadme al camino!

Gritó, y la noche se estaba yendo,

y los hombres van al trabajo.

El amor

 

El amor

era un solo golpe sin hacha

ni mano.

Era un balde de agua fría

donde nadan la cabeza y los pies.

Y era una cama en un hospital

y la sangre que goteaba de la habitación al baño.

El amor

era el vómito en las casas de los amigos

que corrían aquí y allá

buscando la esperanza de sobrevivir.

El amor

era hiriente como una espina en una rosa

en un jardín mojado en una casa abandonada

donde vivió un hombre solitario

y fue enterrado en una de sus habitaciones.

.

El amor

era la habitación.

Era el zapato que no pareció del hombre.

Era la cortina desgastada

que cubría un poco sus restos.

El amor

era la criada, del hombre solitario,

quien golpeaba a los niños intrusos

y se iba a llorar sola

más sola del dueño de la casa.

El amor

era el momento en que golpeaba a los chicos

que subían a los árboles de morera

en el jardín abandonado.

El amor

nunca ha sido el árbol de morera.

.

El amor

era ella

con su cara redonda y sus ojos distraídos

ella que era una vez.

El amor

era un salto desde el décimo piso

era fragmentación en el camino

y las gotas de sangre de la acera a la ambulancia.

.

El amor

era el delgado cuerpo que fue arrojado una vez desde el coche

era el coche que chocaba contra la farola.

El amor

era el armario cerrado

en la habitación cerrada

en la casa cerrada del abuelo.

El amor

era el cigarrillo encendido

del guardia de la casa del abuelo.

El amor

era el ladrón que iba a robar la casa del abuelo.

.

El amor

era la señora enferma

era el pánico de su cuerpo marchito,

sus ojos,

y los alimentos cocidos que le llevaban

El amor

era el hacha que golpeaba.

El amor

era la mano que sostenía el hacha.